Autor: José Luis Iglesias Diz.
Senator
Demetrio de Falero 317 a.C. Gobernador de Atenas.
“Los jóvenes deben respetar en su casa a los padres, en la calle a aquellos con los que se cruzan y en la soledad a sí mismos”
Cuentan que en Atenas, durante los juegos unos espartanos invitados contemplaron como un anciano buscaba sin éxito, un sitio para ver el espectáculo. Inmediatamente los jóvenes espartanos se levantaron y ofrecieron los asientos al anciano. Los atenienses que lo vieron aplaudieron el gesto de generosidad, pero uno de los espartanos dijo: “los atenienses saben lo que se debe hacer, pero no lo hacen”. En Esparta había veneración por los ancianos. Era un pueblo guerrero, duro y cruel pero los ancianos formaban para ellos la base de su fortaleza como pueblo. Los amaban, cuidaban y escuchaban sus consejos.
El senado romano fue durante siglos la representación del pueblo romano y sus escaños estaban ocupados por los notables que habían tenido una vida dedicada a su ciudad. Senado se relaciona con senectud, anciano. Era el consejo de los ancianos.
En otras épocas se repite la preeminencia de los ancianos como guías de la tradición, la sabiduría y la experiencia. Hoy en esta época de velocidad enloquecida que impide el reposo necesario para establecer una conversación medianamente relajada, los mayores “lo tienen crudo”, por usar una expresión juvenil, porque pocos están dispuestos a escuchar lo que piensan, las vivencias que han tenido y las reflexiones que la edad ha convertido en magníficas perlas de sabiduría. El abuelo es querido por los nietos y por la familia pero generalmente parece convertirse en un ser utilitario que se queda con los niños, que ayuda a los hijos o nietos y que se enrolla. Es decir, sirve para bastantes cosas pero debe de controlar su verbo. Pobres “senadores” del mundo actual, no tienen escaño, nadie les escucha y deben caminar con cuidado para evitar que los arrollen.
Humanos todos cuidad de vuestros ancianos, dadle responsabilidades si, pero mas que nada compañía. Mi hija me contó que un día se sentó a lado de una anciana en el autobús y en los 20 minutos del trayecto, le había contado su vida. Es triste que llegada la ancianidad con todos sus esfuerzos y desvelos, nadie escuche a aquellos que hicieron posible lo que la sociedad es hoy. Los adolescentes que viven un momento de esplendor físico e ilusionantes perspectivas deben ser enseñados a volver la vista hacia los “viejos” y aparte de cederles el asiento, escucharlos; seguro que aprenderán muchas cosas.