Autor: José Luis Iglesias Diz
Aprender
¿En qué se diferencian los que han recibido instrucción de los que no?
En lo mismo que los vivos de los muertos.
(Aristóteles)
Hay cosas que se aprenden fácilmente y otras no.
Hay cosas que se aprenden fácilmente porque nos interesan y “se nos dan bien”
Las cosas que se nos dan bien las repetimos muchas veces por lo que cada vez lo hacemos mejor y a su vez nos gustan más porque nos salen bien (fácilmente)
Hay cosas que sin dársenos bien nos interesan y entonces insistimos por curiosidad. Al cabo de un tiempo se nos dan un poco mejor e incluso mucho mejor. Como sabemos más, disfrutamos y aumentamos nuestra dedicación y ¡bingo! nos convertimos en unos fenómenos inesperados.
Hay cosas que no nos gustan o se nos dan mal; en ese caso solemos dedicarle poco tiempo y si no es por obligación terminamos por rechazarlas o hacerlo a disgusto.
En estos casos es en donde la Educación tiene más problemas: Se enseñan materias muy diversas que los alumnos tienen que aprender. Esto suele ser un problema porque a algunas/os ciertas cosas se le dan bien y ciertas mal y por tanto si no es con un voluntarioso ejercicio de responsabilidad lo que no gusta se abandona y lo que gusta nos ocupa la mayoría del tiempo.
Pero, ¿es necesario reforzar el estudio de aquello que no nos gusta o debemos seguir nuestro gusto y dedicarnos más a lo que nos gusta?
Es más que probable que queramos dedicarnos a algo que nos gusta (aunque no siempre podamos hacerlo) así que uno pensaría que si los planes de estudio apoyan al alumno/a que destaca en algo sería mejor para su futuro, sin descuidar, claro, una cultura “general” que dan las variadas materias impartidas. Sin embargo, tampoco es fácil, porque muchos alumnos/as no tienen definidos sus gustos hasta bastante tarde; pero los profesores suelen darse cuenta rápidamente de los gustos y pericias de sus alumnos y pueden ser “conductores” de su vocación.
Esto es muy importante, pero ¿es factible en nuestro sistema de enseñanza?
Por otra parte, también sabemos que la exploración del “saber” a través de las distintas asignaturas puede despertar el “apetito” por determinadas materias que el alumno no sospechaba, de ahí la importancia de aprender algo de todo, de explorar el conocimiento general. Como hacemos cuando introducimos progresivamente los distintos alimentos a los lactantes y niños/as; puede que al principio no les gusten, pero si se les ofrecen y los van aceptando su alimentación futura será más variada y “saludable”.
Después está el temperamento del niño: habrá niños que les guste estudiar, otros que lo hacen porque no tienen más remedio, otros que aprenden rápido, otros que son lentos, unos reflexivos otros impulsivos…Es una labor titánica la de los maestros para encauzar tal diversidad de opciones de alumnado por eso numerosos expertos aseguran que el éxito de la educación se debe primordialmente a la calidad del profesorado. Todos recordamos algunos profesores que nos han dejado huella. Recuerdo a un profesor de Fisiología de 1º y 2º de Medicina: escuchándolo me olvidaba de tomar apuntes, tal era la claridad y la pasión con que trasmitía sus conocimientos (sin proyecciones, ni transparencias, solo con su voz, la tiza y el encerado).
El profesor es un enseñante, pero también un director de orquesta o un capitán de barco que enseña y es capaz, como estos, de mantener firme la atención y el respeto de los “músicos” o de los “marineros”. Ser capaz de interesar a todos es una especie de milagro, pero muchos maestros lo logran y se convierten en “ascendentes” de sus alumnos, esto es, algo más que un profesor, un adulto en el que se confía, al que se recurre para buscar respuestas a otras cuestiones aparte de las relativas a la asignatura que explica. Respetados y admirados son vistos por sus pupilos como un modelo de su propia evolución como seres humanos.
El chico/a que se le da todo mal, que no presta atención, que es revoltoso (excluida alguna patología importante que deba ser tratada) es el caballo de batalla de todas las clases, porque distorsionan, interrumpen y aburren a los profesores y a los compañeros, sin embargo, deben tener cabida y ser recuperables. El fracaso de esos alumnos evidencia que el sistema fracasa. Pero el fracaso comienza muchas veces en su entorno familiar y ahí el profesor tiene una función importante también, pero limitada. Se necesitan profesionales que intenten ayudar en la tarea de normalizar las conductas de esos alumnos/as ya en el ámbito familiar como en el escolar. No se trata de medicalizar todas las conductas “disruptivas” pero sí el examen de las situaciones y entorno de alumno con dificultades. Si se puede hacer entender que esa conducta es mejorable y no se utiliza el castigo como único recurso se puede tener éxito en la “rehabilitación”.
Los padres, y ese es otro problema, pero crucial, también necesitan a menudo ayuda. En todo caso es muy importante la colaboración con los profesores en la educación y por supuesto estar atentos a las querencias de los hijos, reforzando su curiosidad hacia el conocimiento, intentado descubrir sus fortalezas y apoyándolo en sus debilidades. Los padres son una pieza clave en el éxito y la felicidad de los hijos.