Autor: José Luis Iglesias Diz.
“¡CUIDADO! Tú no tienes la culpa”
Me siento culpable, es una expresión habitual, una expresión que refleja la percepción de un deber omitido o una acción equivocada, lógicamente uno se siente culpable de malas acciones aunque el que las realiza a conciencia no suele sentir tanta culpa como el que lo ha hecho involuntariamente por acción u omisión. La mayoría de la gente es consciente de los males y sufrimientos de sus semejantes, no en vano uno de los motivos de conversación principales de cualquier ser humano es hablar de “cómo les va la vida” a ellos, a sus familiares, amigos y de paso comentar los acontecimientos particulares relevantes de la sociedad cercana, de su entorno y así extendiéndose cada vez más hasta los niveles de la globalidad. A medida que nuestras preocupaciones se alejan de nosotros en el espacio, es decir cuando comentamos una guerra lejana nuestra posibilidad de intervenir en la resolución de ese conflicto es irrelevante, pero podemos intervenir en lo más cercano de una manera intensa: educamos y protegemos a nuestros hijos, podemos ayudarlos económicamente si disponemos de medios y ellos no los tienen, podemos prestar dinero a un amigo, podemos participar en una colecta en nuestro ayuntamiento para mejorar las condiciones de personas marginadas, también formar parte de una asociación para la defensa de algunos bienes culturales, podemos participar en una manifestación en contra de una determinada propuesta del gobierno autonómico o estatal que consideramos lesiva a nuestros intereses o a los de una clase social, y también podemos participar en este tipo de respuesta cuando protestamos por aquella guerra lejana.
Como vemos nuestra acción participativa es más potente cuanto existe más cercanía física y afectiva, como es lógico, pero nos encontramos con un pequeño problema: el altruismo. Los seres humanos sensibles, es decir la mayoría, lo son, claro que lo son al nivel que “pueden”; por lo general en las situaciones de estrés, guerras, hambrunas, desastres se desarrollan grados de generosidad y arrojo impresionantes, dentro de la miseria se producen aunque parezca imposible muchos casos de enorme solidaridad. No cabe duda que los seres humanos se ayudan unos a otros, como también es cierto que pueden desarrollar una violencia aterradora. Ahora que hablamos tanto de la neurobiología parece haberse descubierto que las emociones influyen más en las decisiones que tomamos que el frio raciocinio, creo que la intuición ya nos lo venía señalando desde hace siglos: las muchedumbres arrastradas a guerras mundiales exaltadas por los discursos patrióticos de unos gobernantes ignorantes, soberbios y cobardes (La gran guerra) o llevados a la mayor masacre mundial de la historia al alimentar y encumbrar a un monstruo como Hitler. Los soldados que iban al frente en la gran guerra iban cantando, la gente los vitoreaba con la alegría del que se siente orgulloso de su empeño, 25 millones de muertos después la alegría se había tornado estupefacción y dolor.
La gente quiere ayudar, siente que debe participar, debe apoyar con un donativo o morir por su patria y claro siempre hay quien le empuja. El individuo piensa pero la masa enardecida no y ahí surge el problema. Se utiliza el altruismo y el idealismo como disparador de conciencias y ya no hablamos de ir a la guerra pero sí de bombardear las conciencias con las noticias del mundo, con profusión de detalles, inmediatez y descaro para que te enteres de todos los detalles más sórdidos y veas que el mundo que te rodea es un estercolero infecto. Esta puede ser la sensación que percibe cualquier ciudadano actual que se mantenga informado. Para ayudar están las redes sociales (tienen también un enorme poder formativo y de comunicación) otro pozo de sensacionalismo, tergiversación y mentira.
Hablábamos de la culpa, sí, todo lo dicho viene a confluir aquí, somos gente que desea ayudar, nos abren por todos los lados frentes de desesperación y dolor y eso nos frustra y nos sentimos culpables de no poder canalizar nuestra energía, de no poder ser útil. Se ve en los mensajes de la gente “intentando ser feliz”, lanzando proclamas contra todo aquello, que es mucho, que nos agobia, mostrando en definitiva, impotencia, tristeza, pesimismo. ¡por mi culpa! parecen decir.
Pues NO. No podemos dejarnos influir por semejante pensamiento pesimista global. La culpa paraliza, nos hace abandonar; pensamos ¡es imposible, nada se puede hacer!
Pues SI se puede hacer, si tú haces tu trabajo, ayudas a los tuyos, participas en lo posible en el bien de la comunidad y te informas y exiges con serenidad y confianza aquello que crees debes defender estás haciendo lo correcto, pero no te debes sentir culpable de las guerras que tú no has creado, ni de las torpezas de los políticos, ni de las maquinaciones globales de los fantasmas financieros. Eres uno solo de los siete mil millones, no te sobrevalores. Debemos alentar a nuestros jóvenes a la cooperación, a la acción desde el entorno familiar. Los padres que impulsan a sus hijos a ser autónomos lo hacen desde la distancia, les enseñan lo que saben, les comunican su experiencia y dejan que los hijos se vayan responsabilizando de sus actos a medida que crecen, así se sentirán más seguros, más fuertes y menos frustrados, si hacemos las cosas por ellos no «crecerán» y no podemos esperar que sean los adultos responsables que deseamos que sean.