«Caminante, no hay camino, se hace camino al andar” (A. Machado)
Reflexiones de un adolescente que parece haber encontrado su camino después de una mala experiencia.
Si os digo la verdad me he sacado un gran peso de encima. Siempre fui educado para hacer las cosas bien, en mi entorno familiar se me pedía que fuese trabajador, responsable y honrado, en la escuela que fuese buen compañero, que estudiase y pensase en formarme para ser un futuro trabajador competente. Los compañeros me enseñaban que tenía que competir con ellos, me exigían ser amigo de verdad, que cumpliese con las demandas de la pandilla. Todo ello fue creando en mí un agobiante sentido de cumplir con la exigencia exterior. Cuando era adolescente me sentí presionado por todos los lados e interioricé como algo irrenunciable que debía y tenía que ser perfecto.
Esa decisión “interior” se hizo permanente en mi vida cotidiana: tenía que llevar buenas notas, tenía que obedecer a los padres, tenía que aguantar a los amigos y no ser rebelde sino a través de ser el mejor. Pero cada día me costaba más sostenerme en la cima y empecé a dudar de si todo aquello que hacía era lo que debía, sentía opresión en el pecho, me volví irritable y tenía reacciones imprevisibles de ira, otras veces desánimo, empecé a verme raro, a no gustarme, sentí mi cuerpo como “extraño” e inaceptable. Mi cuerpo era imperfecto concluí y pensé “a esto le pongo yo remedio, voy a ponerme a hacer ejercicio para darle una forma perfecta y voy a dejar de comer toda esa comida que tanto me gusta, solo comeré comida saludable, fuera grasas, bollos, caramelos etc, moldearé mi cuerpo y estaré sano y feliz.
Pero, demonios, no fue así, cada día me costaba más ser el mejor e incluso ser bueno. Hacía muchísimo deporte y comía sano y perdía peso, pero aquello que parecía ideal se iba haciendo menos claro; por más que me obligaba no conseguía sentirme satisfecho.
Perdí mucho peso y durante una carrera me sentí mareado y me desmayé.
Bueno a partir de ahí os resumo: durante 4 años estuve luchando para liberarme de un Trastorno Alimentario y ser capaz de despejar de mi mente la idea de la perfección, la obsesiva intención de dominar y moldear mi cuerpo a partir de la exigencia y el ayuno.
El cariño y el esfuerzo de mis padres, los consejos de los especialistas y los protocolos de tratamiento fueron la base sobre la que llegué a la salida del túnel.
Y mi orgullo está en que al reflexionar sobre mi vida un día me pregunté: ¿Quién soy yo? Y realmente desde ese momento empecé a mirarme con otros ojos, con los míos, no con los ojos de los demás y fui reconociendo cuales eran mis verdaderas cualidades, cuales eran mis debilidades, cuales los peligros que debía afrontar y reconocer cuales eran las oportunidades para desarrollarme como persona.
Y me dije bueno no soy muy guapo pero juego bastante bien al futbol, soy simpático y tengo algunos buenos amigos, mis padres se desviven por mí, somos una buena familia, a veces son un poco pelmas pero los quiero mucho y ellos también me quieren mucho. Llevo buenas notas, dibujo muy bien, sé decir que no cuando me presionan para hacer algo que no quiero hacer, me gustaría hacer medicina porque es una profesión en la que se ayuda a los demás de una forma muy directa…
En fin intenté aquello que decía el filósofo: “conócete a ti mismo”. Creo que estoy en el camino aunque falta mucho para aceptarme como soy pero una cosa tengo clara: Es una felicidad saber que uno no solo no es perfecto sino que maldita la necesidad que tiene de serlo.
Desde que me reconozco imperfecto soy más feliz y afronto la vida ilusionado y me siento capaz. ¡Soy imperfecto pero me quiero un montón!