Autor: José Luis Iglesias Diz.
Dr. Yo hablo mucho con mi hijo – 1ª parte
Hablar mucho con su hijo puede parecer una cosa magnífica pero ¿qué calidad tiene ese “hablar mucho” con su hijo?, ¿habla Ud. solo/a y le suelta un sermón: “cuando yo era como tu…”?, ¿ Les habla solo para reprenderlo/a?¿ le pide su opinión sobre asuntos del hogar aunque no le conciernan a él/ella directamente?,¿se interesa por sus lecturas, por sus aficiones, por sus éxitos o solo le pregunta por sus estudios?, su hijo/a es muy bueno en algo seguro ¿sabe ud en que, intenta saber lo que hace bien y lo anima o le parece que lo que hace es una pérdida de tiempo: ¡si estudiaras…!, le pidió perdón alguna vez por haber sido injusto con él/ella?…
El niño pequeño necesita oír la voz de sus padres, gracias a ellos nada menos, aprende a hablar pero también a imitar las conductas. La voz también tranquiliza al pequeño, le hace sentirse protegido y contento.
Cuando el niño dispone de un lenguaje suficiente se hace entender con pocas palabras, sus padres se esfuerzan y celebran los progresos del retoño. Pero el niño aprende pronto que hay cosas que puede hacer y otras que no. De hecho cuando intenta alguna “aventura” su mirada busca el rostro de su madre (o padre) para ver su reacción y pronto sabe que aquel gesto indica que NO, que ni se te ocurra o bien es de asentimiento. De todos modos si la cosa le interesa lo suficiente lo intentará de nuevo y si los padres no tienen paciencia y no establecen límites claros pronto saldrá triunfante.
Dos cosas aprendemos aquí:
- El lenguaje oral expresa conceptos, define cosas, comunica sentimientos pero nuestro lenguaje corporal (facial sobre todo) expresa claramente como nos sentimos y eso los demás lo captan con facilidad (excepto personas del espectro autista o despistados varios). Por lo tanto hablemos con nuestros hijos pero mostremos un rostro relajado y que exprese una disposición a ayudar, lo cual no excluye la instrucción, normativizar y disciplinar.
- Y otro aspecto es que el niño es imitador, repite conductas vistas u oídas a menudo, algunas de las cuales pueden ser inadecuadas. Aprendamos pues a autocensurarnos como padres para que nuestra “mala” conducta no sea copiada. Pero atención, de pequeño y de adolescente el hijo intentará una y otra vez conseguir aquello que desea: tenemos que pensar bien lo que estamos dispuestos a conceder siempre desde la conveniencia para el menor y de nuestra propia convicción en la idoneidad de lo admitido. Es decir resumiendo que debemos predicar con el ejemplo.
Cuando hablamos con nuestros hijos intentamos una comunicación y esta comunicación debe ser de ida y vuelta: Un sermón es menos productivo que un diálogo, una orden (que será necesaria en alguna ocasión) es peor que convencer. El intentar resolver algo con una conversación es inútil si no se ha enseñado a convivir y a dialogar antes día a día.
El diálogo tampoco se puede establecer como un combate de a ver quien gana, por eso nunca se debe iniciar una conversación sobre un tema importante cuando la tensión es grande o intentar argumentar en medio de una disputa: cuando se acorrala al contrario este se encierra más y actúa defensivamente, para no verse humillado refuerza obstinadamente sus argumentos y nunca se llega a un acuerdo, por el contrario las diferencias se incrementan. Y desde luego cuando se sube el tono de voz o se grita, alguien debe posponer la discusión. Es mejor, así no se llega a posiciones de las que luego nos arrepentimos.
Una manera interesante de ayudar a resolver un conflicto es preguntar al hijo (adolescente) que haría él en una situación similar, que medida le parecería más correcta, como encauzaría el problema etc. A veces creemos que ellos no tienen soluciones pero es porque no se lo preguntamos, siempre más pendientes de que cumplan lo que nosotros consideramos idóneo que de ensayar un diálogo razonado. Ojo esto no significa condescendencia con actitudes hostiles o demandas no discutibles. Un chico de 16 años que le dice a sus padres “vosotros tenéis que dejarme hacer a mí lo que me dé la gana porque yo sé controlarme perfectamente” no es admisible: ese hijo no vive “fuera” de un hogar debe compartir los derechos y deberes que se exigen en un estado de convivencia entre padres e hijos.
Aviso de navegantes:
El código civil dice
Art. 154: Sobre la patria potestad: …Deberes y facultades, los padres deben:
1ª. Velar por los hijos, tenerlos en su compañía, alimentarlos y educarlos y procurarles una formación integral.
2º. Representarlos y administrar sus bienes.
Si los hijos tuvieran suficiente juicio deberán ser escuchados en aquellas decisiones que les afecten.
Art. 155: Los hijos deben:
1ª Obedecer a sus padres mientras permanezcan bajo su potestad y respetarlos siempre.
2ª. Contribuir equitativamente, según sus posibilidades, al levantamiento de las cargas de la familia mientras convivan con ella.
Todos los padres deberían conocer esto, a veces muchas dudas se solventan cediendo ante la demanda y esa es una respuesta que no ayuda más que a crear adolescentes inseguros y demandantes.
Pero las normas son fundamentales, la familia sea de la composición que sea, es una “minisociedad” cuyo correcto funcionamiento exige compromiso, colaboración y afecto. La vinculación nos ayuda a sentirnos parte de algo y compartir con los padres y hermanos una idea de grupo que se ayudan y quieren y que a su vez viven en sociedad con la que interactúan.
Las normas de casa se deberían establecer entre todos y los niños desde pequeños en la medida de lo posible deben colaborar con los mayores, si lo aprenden entonces será una rutina después. Estos jóvenes acostumbrados a cumplir sus obligaciones en el hogar se adaptarán mejor al trabajo que luego tengan. Ser disciplinado se convierte en una cualidad excelente para la organización del trabajo y ello contribuye a un estado de ánimo optimista, el estrés es más típico del caos que de la rutina. Sé que palabras como orden, rutina, disciplina no son bien vistas hoy día en esta sociedad que parece abogar por ocultar la realidad y convertirlo todo en una especie de falso paraíso en que hasta las palabras normales pueden ser de “mal gusto”. Estamos en una sociedad del “me gusta”, parece que hay que eliminar lo que nos cause inquietud o nos haga pensar.
Sin embargo los jóvenes consentidos son más desgraciados y con más problemas (para ellos y para los demás) que los que reciben una educación coherente: con normas, obsequios y restricciones (Rebeldes del Bienestar). Cuando el entrenador le dice a los jugadores: salid y ganad este partido antes ha hecho los deberes, entrenó, seleccionó a los mejores, eligió la estrategia… aun así puede que pierda el partido, claro que sin rigor lo perdería.