Autor: José Luis Iglesias Diz.
Dr. Yo hablo mucho con mi hijo – 2ª parte
Pero ¿qué tiene que ver esto con hablar con nuestros hijos? Pues si tiene y es clave, si hay un hogar con normas y se crea un vínculo afectivo positivo en el que todos contribuyen a que los demás se sientan mejor, el diálogo surgirá espontáneamente y los conflictos se resolverán con conversaciones tranquilas y argumentos honestos. Esto no es fácil porque cada individuo tiene un temperamento, unas inquietudes unas aspiraciones que pueden chocar con las de los demás, pero recordemos: el problema no es que haya conflictos (siempre los hay, un grupo o familia que no los tiene probablemente tenga una baja o nula vinculación entre sus componentes: no hay conflicto porque se ignoran, no tienen nada en común) sino el modo de afrontarlos. Para afrontar un conflicto e intentar resolver el problema hay que tener conocimientos primero de lo que tratamos, prudencia (tomarse tiempo para decidir) y dialogar. Examinar cuales son las fortalezas del asunto, cuales sus debilidades, cuales las amenazas y cuales las oportunidades (Albert Humphrey. Instituto de Investigación de Universidad de Stanford).
Tu hijo quiere comprarse una moto porque dice que así no depende de nadie para ir a la universidad y otros desplazamientos y para trabajar de “entrega a domicilio”.
Para los padres la fortaleza es que en efecto tendría más autonomía, tiene 18 años, es estudioso y prudente.
Debilidades La facultad está a 800 metros, el curso es muy duro y no parece el mejor momento para un gasto así.
Amenazas: Los padres tienen mucho miedo a los accidentes de motos y el tráfico en la ciudad es bastante peligroso.
Oportunidades: Al tener moto podía trabajar en aquello de envío a domicilio que comentó el mes pasado para ganar algún dinero.
Ahora los padres tienen que decidir con su hijo pero sobre bases que reflejan un razonamiento y también un sentir común. ¿Le comprarán la moto?
Vamos, que hablar mucho puede confundir más que aclarar, a veces los padres tienen dificultades de comunicación con sus hijos, parece que nunca están “disponibles”, sin embargo algunos se acercan al padre o a la madre para solicitar opinión: no dejemos escapar ese momento pero ciñámonos a lo que quiere él/ella y no divaguemos o aprovechemos para decirle “4 cosas”. Si no se aviene a hablar esperar es bueno, saludar pero no agobiar, si se siente libre no se encerrará en su cuarto y facilitará el diálogo. Recordemos el lenguaje facial, mirándonos sabemos cómo está “el patio” y si conviene o no iniciar la conversación.
La chica pasa por detrás del sofá sin decir nada, en dirección a la cocina, el padre lee el periódico, está de espaldas, baja el periódico y dice: ¡hola María! (saludo y nombre, algo que nadie puede ignorar).La respuesta: No respuesta (algo va mal), Hola a secas (está absorta o enfadada), Hola Papá, (no debe haber problema), Hola papá, no te había visto, qué haces…y le da un beso (está feliz). ¿no es así?
Interrumpo de nuevo para explicar que lo que parece un exceso de contemplaciones no es tal cosa, es como entrenarnos en el respeto a los demás. Los padres tienen una autoridad que debe ser respetada pero esa autoridad debe ser utilizada con inteligencia. Resolver conflictos no consiste en decidir o hacer algo de inmediato, “ahora que tengo tiempo voy a arreglar esto”, porque habitualmente así se arrollan los derechos y el respeto al otro. Estamos hablando de comunicarnos y en las situaciones difíciles es cuando hay que ser más reflexivo (“vísteme despacio que tengo prisa”) y en las situaciones comunes hay que saber cuándo uno está de más, es así. Nuestros hijos tienen una vida, su vida, no podemos estar fiscalizándolos continuamente. Los adolescentes son susceptibles como todos y aman tener un propio espacio de recogimiento algo que sea personal y que los demás respeten (como lo desea todo el mundo). No, no estoy diciendo que se sea consentidor pero sí que las cosas se resuelven en buena sintonía no forzándolas.
Pueden parecer hoscos con los padres pero saben que ellos están ahí, no se lo recordéis todo el tiempo; que haya aire entre las personas. Respetar su intimidad y que ellos respeten la de sus padres. Hablar para sumar no para restar.
Dr. Yo hablo mucho con mis hijos, les cuento un montón de cosas que ellos no saben, de los tiempos de mis padres, cuando era yo pequeño y lo duro que era la vida, de cuando iba a la universidad, de mi afición por el fútbol (fui muy bueno) les digo los libros buenos que deben leer, les indico que deporte es el más adecuado para ellos, les compro CD de buena música, y les hablo de la música de los 60 ¡insuperable! Los llevo de excursión a pescar, ¡la belleza de la naturaleza! También los llevé siempre a museos y lugares importantes para que se instruyan en arte, les hablo de las drogas y del sexo con naturalidad, vamos a casa de nuestros amigos con ellos porque estos amigos tienen dos hijos majísimos y se lo pasan muy bien…en fin ¡creo que soy un buen padre!
Efectivamente es un buen padre probablemente, quiere a sus hijos pero solo les habla de él y de lo que él cree que les conviene y así los hijos tienen dos opciones: obedecer y aguantar los sermones y ocultar lo que realmente piensan y rebelarse ante lo que le dicen y obligan a hacer defendiendo su autonomía. Los adolescentes tienen a los 14 años suficiente capacidad cognitiva como para entender al nivel del adulto aunque sin la experiencia de este y son también más impulsivos a la hora de tomar decisiones: Asumen los riesgos (no es que no los “vean”) porque les compensa el placer y el afán de superación ante ellos mismos o los demás del grupo. Saben que se puede matar si conducen muy rápido pero les compensa el placer de la velocidad.
¿Es cierto que los adolescentes no se lo piensan? Hay una experiencia que lo pone en duda: Se le plantea a un adulto y a un adolescente un dilema extremo: Un juego de ruleta rusa, Si acepta y gana recibiría una fortuna pero si falla obviamente moriría. Se midieron los tiempos que tardaban en contestar unos y otros: las respuestas más frecuentes eran las de no aceptar el reto pero ¿quién tardaba menos en responder? Piénselo.
El adulto con su trayectoria vital más repleta de experiencias no tiene dudas y aprieta el no inmediatamente. El adolescente tiene dudas y tarda en general más tiempo en decidir que no quiere arriesgarse. Es decir que valora los pros y contras de su conducta de hecho alguna de sus curiosas expresiones como “no te comas el tarro” (no le des más vueltas al asunto) denota que se preocupa por sus asuntos y a veces las preocupaciones son grandes y persistentes.
Hablar y comunicarse y discutir con los hijos sobre cualquier tema es muy importante para ellos ya que aprenderán a defender sus propuestas o a rechazar presiones de los demás, el adiestramiento “dialéctico” es importante, saber argumentar también es una fuente de satisfacción y una manera de sentirse seguro de las propias convicciones. Papás hablemos de todo con ellos sin imposiciones con argumentaciones, en muchas cosas nos dan sopa con ondas, que no se sientan solo “seres obedientes” porque la obediencia ciega los descarga de responsabilidades, otros piensan, hacen, deciden por ellos (Stanley Milgram: Comportamiento de la obediencia) así la conclusión es: yo no tengo culpa de que las cosas vayan mal o bien.
Cuando hablar de que cosas:
En la alimentación de los bebés se habla de “alimentación a la demanda” esto es se le ofrece el alimento hasta que el bebé da por terminado el banquete. En los niños sanos este comportamiento regula habitualmente una buena nutrición. Cuando le insistimos con el biberón la criatura puede que sigua alimentándose y ahí aparecen los problemas, al forzar puede vomitar o favorecer la aparición de sobrepeso e incluso obesidad lo cual se relaciona con obesidad en el adulto.
La instrucción y la educación debe ser ligada al desarrollo del niño, a la demanda: es mejor facilitarles que pregunten y darle entonces respuestas, prestarán más atención que forzando, imponiendo los temas de discusión. Los niños pequeños a la edad de 3 años hacen cientos de preguntas al día, las buenas respuestas condicionarán preguntas futuras. Cuando llega la pubertad los adolescentes siguen teniendo preguntas pero también dudas constantes sobre si deben preguntar o dudas sobre si sus padres querrán hablar de ello o sabrán hacerlo. Dicen a menudo que no se atreven, que tienen vergüenza o que sus padres rehúyen hablar de determinadas cosas. Ah papis y mamis nunca banalicéis los temas que os proponen, se retraerán, dejarán de confiar y no volverán a preguntar. (tranquilos, no siempre pasa).
Yo estimo mucho la que llamo “indiferencia consciente” parece que no estás pero les haces preguntas que le indican que estás al día: “Oye Luis, ¿jugáis el partido de futbol este sábado?
“¡Father está al loro!” Pensará. Luego puede que su contestación sea decepcionante, dirá: eeeeh, ¿qué?
Los adolescentes pueden no preguntar directamente pero de nuevo os recuerdo que debéis atender al lenguaje corporal: La chica entra en la sala y sale, se sienta un rato, ojea una revista, vuelve a salir. Tu estás viendo la TV o leyendo. Tienes que actuar. Deja lo que estás haciendo y habla con ella de cualquier cosa: Siéntate aquí un rato Julia, que tal va ese trabajo ….etc. Ellos saben que se les quiere pero necesitan que se lo demostremos y prestarles atención es una asignatura en que los padres a veces suspendemos. Recordemos lo que la novia insegura le pide al novio: ¿me quieres? Si, te quiero, ya lo sabes, ¿Y porque nunca me lo dices?
Todos necesitamos que se nos reconozca, es una forma de sentirnos vivos y el/la adolescente con su cabeza llena de interrogantes necesita reafirmaciones no silencios, falta de atención y reproches. Recuerda que tenemos dos oídos, dos ojos y una sola boca: ver, escuchar mucho y hablar poco. ¡algo bueno tendrá el chico!, ¿no?
En la sociedad occidental se ha separado drásticamente el mundo del niño y adolescente del de los mayores. Los padres realizan su trabajo alejados de sus hijos que están en la guardería o en el instituto, luego en casa a veces ni siquiera se come en compañía no se comparten tareas o actividades en común, como no sea ver la TV aunque ellos ya tienen la suya en la habitación y se retiran para verla allí. En pueblos menos desarrollados los hijos comparten cada momento del quehacer de la familia, en algunas tribus los hijos aprenden por observación los rituales, los modos de caza, de construcción, de relación sin que siquiera sea explicado verbalmente, basta el aprendizaje por imitación. Las tareas y las técnicas se aprenden porque los niños lo ven desde que nacen. Además se sienten orgullosos de llegar a hacer por sí mismos aquello que hacen sus mayores.
Nuestra sociedad se basa en la formación del niño y adolescente, (De hecho la adolescencia es un constructo de la sociedad) aumentado la instrucción a lo largo de muchos años pero para ello ha tenido que crear escuelas, institutos en los que los niños y adolescentes “crean” una sociedad propia alejada de los adultos. Esta separación y la delegación de la enseñanza en las instituciones facilita el trabajo de los padres y la educación de los hijos pero rompe de algún modo esa educación cara al mundo adulto. El adolescente vive para si mismo y para su grupo de amigos, su preocupación es no quedar fuera de la actividad y relación de sus pares. Cuando le preguntas a un adolescente cómo valora la amistad, el 90 % contesta que es importante o muy importante. Pero esto a veces crea conflictos con los padres que pueden tener reservas acerca de los compañeros de su hijo (el saber con quién sale tu hijo es importante e incluso debe facilitarse que tus hijos/as puedan traer a sus amigos/as a casa, de ese modo los conocemos y se establece un contacto beneficioso) y es motivo de discusiones. Los padres tienen miedo de que su hijo/a sea arrastrado por otros y transformarlo en un gamberro imprudente que consume drogas o tiene sexo sin protección o simplemente tiene sexo. No es pequeño el problema, en el tratado de Pediatría que estudié en la carrera (Nelson-Vaughan) decía sobre los adolescentes que el conflicto más común que tenían con sus padres era el horario de salidas, sobre todo el de vuelta a casa y creo que lo sigue siendo hoy día. Es cierto que hay otros problemas más graves pero también menos frecuentes. Ese conflicto es una lucha constante a lo largo de la adolescencia y se debe a que los padres pretenden controlar el tiempo de salida de sus hijos y evitar que la prolongación, sobre todo por la noche, les acarree problemas. Es cierto que cuando pasan las horas en la noche, los peligros suelen aumentar: borracheras, cansancio, agresividad, peleas y está claro que el adolescente tiene que estar preparado para evitar esos conflictos, debe ser maduro, ser asertivo y mantener la cabeza despejada y eso no se posee a los 13 años, así que los padres tienen que ir “soltando cuerda” poco a poco y saber que en un momento determinado no podrán hacer nada más: o confían en sus hijos o vivirán desesperados cada vez que llega tarde (o no llega) el chico/a a casa. La cuerda debe ser sustituida a través del tiempo por la cuerda invisible de la CONFIANZA.
¿Continuará?