Autor: José Luis Iglesias Diz
Si hace 7 años la prestigiosa revista médica The Lancet publicaba un artículo elogiando nuestra medicina, resaltando que en España los niños eran vistos mayoritariamente por pediatras, cosa que no sucedía en casi ningún país del mundo (1), hoy día causa pasmo y tristeza el deterioro de aquella sanidad pública vista por otros y nosotros mismos como un privilegio y algo así como la joya de la corona de nuestra sociedad. Pensábamos con esperanza que si éramos capaces de tener una sanidad sobresaliente también destacaríamos en otras muchas cosas.
Nuestra sanidad fue un punto de apoyo para creer en el futuro del país. Pero en la actualidad ese castillo de soberbias defensas parece desmoronarse: la política sanitaria pareció ignorar durante años por una parte la contratación de nuevos médicos y enfermeras y no prever que de manera abrupta en un espacio de pocos años una gran cantidad de médicos se jubilarían, aquellos mismos que habían sido contratados con la aparición de los grandes hospitales y la medicina de familia y pediatría; además se adelantó la jubilación a los 65 de manera obligatoria, cosa que antes, si el estado de salud lo permitía, se podía ampliar hasta los 70; por si fuera poco no solo se contrataron menos médicos de los necesarios si no que una gran parte de esos contratos eran provisionales, para guardias, para cubrir bajas, un sistema que impedía por su inestabilidad la creación de equipos y proyectos sanitarios de calidad.
No es posible una Sanidad de calidad, sin preparación, sin estabilidad laboral: el médico no puede desarrollar su potencialidad haciendo “mil” trabajos diferentes, eso impide su consolidación profesional lo cual repercute inevitablemente en la calidad de sus servicios. “De acuerdo con el Informe de Tendencias Salariales 2023 Randstad Research publicado el pasado octubre, durante el 2021 se firmaron 1,29 millones de contratos en el sector de salud español, lo que supuso el 6,6 % de toda la contratación que se generó en el país el pasado año. No obstante, 1,12 millones de ellos fueron de naturaleza temporal” (2,5); por otra parte, el poder adquisitivo ha disminuido de manera muy importante (un residente gana menos que la media del salario mínimo interprofesional y un adjunto puede ganar menos de la mitad que un profesional francés de su misma categoría) por lo que una parte importante de profesionales sanitarios decide emigrar. Si a ese estado de debilidad le sumamos una pandemia como la que hemos sufrido la catástrofe está asegurada.
El deterioro es tan grave que no solo no nos hemos recuperado si no que la cuesta abajo prosigue. Es sorprendente que a pesar de las quejas de los profesionales, una encuesta actual (2022) nos dice: “el acceso a la sanidad va a peor en nuestro país: el 90 % de los encuestados y encuestadas ha observado un aumento de la lista de espera de los pacientes en los últimos cinco años, lo que se ha traducido para un 77 % de ellos en una disminución de la calidad de la atención”(4), los asegurados (5) los colegios profesionales y las sociedades de medicina no se planteen esta cuestión como una emergencia nacional.
La fortaleza de la Sanidad no es cara, lo que es caro es la pérdida de salud de una gran parte de la población por carencias, retraso en la atención, falta de personal médico o agotamiento de este, por la falta de perspectivas e ilusión por el trabajo de médico que es extraordinario, pero que se ha convertido en un trabajo lleno de rutinas, retrasos y estrés para sanitarios y pacientes (3).
Debemos de atender la “Salud” de un sistema sanitario enfermo, por la falta de implicación de una sociedad aparentemente apática, cada día más alejada de la ilusión por nuestro propio futuro. Desde todos los frentes, desde cada boca debemos de alzar la voz por la Salud, la de niños, adolescentes y todas las gentes de distintas edades, nos jugamos nuestro futuro.
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