Autor: José Luis Iglesias Diz.
Urbanidad
“Nadie nace para uno solo” Platón.
Normas de urbanidad.
Ahora que está de moda la creación de nuevas palabras como “posverdad” para definir lo que es un engaño, la mentira de siempre, no estaría de más resucitar alguna palabra antigua que define aspectos que hoy parecen haberse tornado confusos y que se adapta muy bien a su significado sin caer en el eufemismo tan en boga. Esta palabra es la que encabeza como título esta reflexión: urbanidad.
La RAE la define como cortesanía, comedimiento, atención y buen modo. Una definición absolutamente precaria porque no alude a lo que se entendía en la calle, entre los padres, maestros e instituciones que debía ser. Urbanidad era la manera y la forma adecuadas para vivir en sociedad con el respeto debido a los demás. No es como ser educado, que pretende decir lo mismo; educación es un concepto más amplio y no se refiere tanto a la forma de relación (que también) sino a la competencia, formación, intelectualidad, etc.
En los 60 y particularmente a partir del año 68 del siglo XX se produjo una ruptura con la generación de las guerras, los jóvenes nacidos en la paz se rebelaron contra una sociedad rígida, estremecida aun por el recuerdo de las masacres de la primera mitad del siglo. Rompieron los tabúes que encorsetaban a aquella sociedad de postguerra, se exigió mayor libertad, diversidad, creatividad y una educación nueva. Los movimientos estudiantiles dieron rienda suelta a la creatividad con nuevas formas de entender la vida (movimiento Hippy, la generación Beat) mayor libertad sexual, defensa de los derechos humanos, protestas contra el racismo y la guerra. Fue una época convulsa y llena de altibajos pero a partir de entonces la sociedad occidental ya no fue la misma y la democracia se consolidó en definitiva como el mejor modelo política de convivencia.
Las formas, la “urbanidad” fueron perdiendo visibilidad consideradas vestigios obsoletos de una sociedad hipócrita pero no fueron substituidos por otras que ayudasen a digerir el salto cualitativo de la sociedad represiva a una más libre que también debía estar sujeta a restricciones que hiciesen posible una mejor convivencia. La novedad de la democracia fue recibida en nuestro país como la gran esperanza y se notó en un mayor bullicio, alegría y proyectos vitales pero también en un abuso de la idea de igualdad con respuestas poco maduras y una percepción de que se podía hacer lo que a uno le venía en gana. Aquella generación a la que perseguía la policía en las manifestaciones estudiantiles, eufórica con el nuevo día se olvidó de trasmitir a sus retoños la idea de que la igualdad como derecho humano no implica que por capricho ofendas a tu conciudadano. Se fue olvidando “la urbanidad”, las formas de comunicación que todo el mundo acepta de buen grado porque significa tratar al otro como una persona, con respeto, como desearías que lo hicieran contigo.
En la actualidad hay un desconocimiento irritante en la forma en que los humanos (seres dotados de lenguaje verbal y no verbal) deben relacionarse. La gente se relaciona, es evidente, y se relaciona a menudo tanto de manera presencial como virtual pero muchas veces se echa por tierra una relación por no saber dirigirse a otra persona. A pesar de que se ofrecen gran cantidad de ”master” para formación en relaciones laborales, en mercadotecnia, relaciones públicas etc., uno ve a esos informadísimos “comunicadores” faltos de lo elemental que es trasmitir la sensación “real” al otro de que estás interesado en él y en lo que dice o hace. Y no lo trasmiten porque no lo han interiorizado desde pequeños: las normas sean las que sean deben ser justas, adaptadas y sencillas y deben ser compartidas por el grupo social a que se pertenece ya sea la familia, el aula, universidad, barrio o estado. Pero las normas de urbanidad no son las normas que obliga la ley y la comunidad, estas reglas van más allá y son el facilitador de las demás y de la convivencia al fin: si el policía nos pone una multa no estaremos contentos pero si aún por encima se muestra malhumorado y nos riñe o nos amenaza verbalmente estaremos indignados y no se nos irá de la cabeza, incluso tendremos deseos de venganza.
Cuando entro en un ascensor y hay gente, saludo, ¡buenos días…! No quiero ser fino, no soy hipócrita por saludar a alguien que no conozco, simplemente reconozco la existencia de un ser humano en el ascensor, si fuese un bulto no lo saludaría. La urbanidad es la manera que el “urbanitas”, el que vive en la ciudad (o agrupación humana) que establece relaciones con las personas de su entorno y otros lugares, con conocidos y desconocidos.
Nos llegan montones de normas y consejos para hacer cualquier cosa, como estar en forma, como hacer mil dietas, que debo hacer si pierdo en carnet de identidad, como comprar por Internet, como bajar una película y ni una palabra de como debemos relacionarnos (salvo libros de autoayuda que supongo habrá a miles aunque probablemente no superen el célebre “Como ganar amigos” de Carnegie).
En mi experiencia de 40 años como médico he constatado que un error médico puede ser entendido por el paciente si se ha establecido previamente una relación de respeto e información clara y exhaustiva sobre su enfermedad y una preocupación por los problemas derivados de la misma sobre esa persona; pero lo que no se perdona es el trato distante, altivo, irritado o la escasa y confusa información del médico.
El respeto a los demás se debe manifestar en nuestras formas pero ese respeto solo será genuino si creemos de verdad que la convivencia se cimienta en esa convicción.
http://elpais.com/elpais/2017/02/08/mamas_papas/1486553720_440045.html